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Marta y David a la entrada de CaixaForum |
El enorme elefante haciendo el pino (“Elefandret”) que nos recibe frente a la entrada de CaixaForum Madrid ya nos da una ligera idea de lo que encontraremos en el interior del edificio. Se trata de una escultura de bronce enorme y pesada que se sostiene sobre la trompa en perfecto equilibrio. Su piel, de áspera y rugosa superficie, cuelga de él como si fuera a desprenderse de su cuerpo, y define un estilo que estará presente durante toda la exposición.
Tras sorprender al espectador con la restauración que realizó en la cúpula de la Sala de los Derechos Humanos en las Naciones Unidas, a base de estalactitas de pintura (sin, por lo visto, preocuparse por su conservación), Barceló nos trae ahora “La solitude organisative”, retrospectiva de su obra desde 1983 hasta 2009. La exposición incluye obras de varias temáticas que ilustran su carrera artística y, a la vez, documentan su trayectoria vital. Encontramos así, 180 obras a base de lienzos, dibujos, cerámicas, esculturas, acuarelas, y cuadernos de viaje; todos ellos ajustados al estilo salvaje y “rupestre” que caracteriza al artista.
Una vez entramos en la exposición, nos encontramos enormes lienzos que cubren las paredes, realizados a partir de volúmenes y rugosidades. Un enorme gorila (el estandarte de la exposición) observa la sala desde su frío y solitario lienzo. Su pelaje, como grabado en la superficie tosca y empastada; su mirada perdida, como sumida en pensamientos lejanos y ocultos al espectador; y su pose, a la vez tranquila y lastimosa componen lo que según dicen es un retrato de la personalidad del propio artista, su creador. Barceló impregna sus obras de un carácter misterioso, sin significado aparente, como esperando que el propio espectador experimente algo mientras las contempla y saque sus propias conclusiones. Todos los lienzos que podemos observar en la sala carecen de explicación o significado. Una barca, bodegones, tomates sobre el suelo, tierra y mar, imágenes que aparentemente no aportan nada más que lo que dice el título de la obra; sin embargo, para el ojo del espectador, hay algo inquietante en esas rugosidades que parece querer transmitir algún tipo de sensación. Este conocido y misterioso artista trata de huir de los convencionalismos pictóricos, queriendo utilizar técnicas y materiales que no pertenecen al uso formal de la pintura (trata de dar un volumen físico, cuando la pintura se caracteriza por la representación en dos dimensiones), pero realmente, cuando el público mira uno de estos enormes lienzos, no hace más que admirar el volumen y las formas creadas a base de manchas de pintura, sin encontrar respuesta a ninguna reflexión oculta que el artista haya querido tratar; simplemente, le aporta una sensación de extrañeza e inquietud.
Lo mismo ocurre con el resto de sus trabajos; la sensación que se experimenta al contemplar los dibujos y acuarelas (entre los que se encuentran algunas muestras de su alusión a la “Divina Comedia” de Dante) realizadas con un estilo salvaje y ambiguo, no dista de la que se obtiene al observar las primeras pinturas de un niño. Al mirarlos con detenimiento, uno se da cuenta de que realmente no son más que representaciones de seres humanos y animales en forma de siluetas y formas poco detalladas que de nuevo parecen tener problemas para transmitir un significado o anécdota concretos.
Y así se puede recorrer la sala todas las veces que se desee, sin hallar más que un estilo permanente sin ninguna alusión a un tema concreto salvo quizá, la experiencia propia del artista, que aun así queda algo dispersa.
Interesantes son, sin embargo, los retratos que realiza de conocidos y amigos suyos, puesto que, mezclados con esta técnica ruda y de materiales degenerados por el tiempo, la expresión de los rostros quedan desfigurados, dando una tremenda sensación de delirio y azar en la construcción, que sin embargo, conforma un rostro concreto, como se puede ver en su propio autorretrato.
He aquí una obra cuyo misterioso sentido está albergado únicamente en el mundo interior del artista.